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Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, en la Antigua Grecia, vivió el dios Apolo. A Apolo le gustaba la música, tomar el sol durante horas… Y también las travesuras. En una de esas trastadas persiguió a una enorme serpiente pitón por todo el bosque. Subió por las colinas más altas y caminó por los valles más grandes. ¡Hasta nadó un rato persiguiéndola! Tanto caminó que llegó al templo de Delfos, un lugar donde las travesuras estaban prohibidas por los demás dioses. Pero eso a Apolo no le importaba… Cuando llegó allí usó un arco y unas flechas para cazar a la serpiente, y mientras se reía no dejaba de gritar: -Yo soy el mejor arquero del mundo, yo soy el mejor arquero del mundo.

Lo que Apolo no sabía es que el dios Cupido estaba escuchándolo. Y Cupido también era buen arquero. Tanto, que las burlas de Apolo le molestaron, así que, para que no se riese más de él, le disparó una flecha de oro al travieso dios, y una flecha de plomo a una hermosa ninfa que pasaba por allí, llamada Dafne. ¿No sabes lo que son las ninfas? Puedes pulsar aquí para leer un cuento sobre ellas. Pero volvamos a la historia… Dafne era la más hermosa y buena de las ninfas. Se la pasaba saltando de aquí para allá, escalando árboles, nadando en los lagos y jugando con las demás ninfas. Después de su lanzamiento, Cupido empezó a reírse, cada vez más y más alto. -¿Quién es ahora el mejor arquero del mundo?

Con la flecha de oro, lo que hizo Cupido fue enamorar perdidamente al travieso Apolo, pero la flecha de plomo hizo que la ninfa Dafne sintiese todo lo contrario. A ella no le interesaba el amor ni los chicos, y mucho menos casarse con Apolo. Y se lo dejó claro en muchas ocasiones. -¡Déjame tranquila! No quiero casarme contigo -Pero Dafne, yo te amo. Cásate conmigo, por favor. Como Apolo no consiguió nada, empezó a perseguirla a todas partes. Si ella bajaba a la orilla del mar, él le pedía matrimonio de rodillas en la arena. Si ella subía a la montaña, él volaba en una nube para darle el anillo de bodas. No la dejaba sola ni un solo momento, así que Dafne, aprovechando que Apolo se había quedado enredado en unos arbustos del bosque, se arrodilló y le habló a los dioses. -Por favor, por favor. No lo aguanto más. No me deja tranquila, no deja de perseguirme y no entiende que no me quiero casar con él. ¡Yo amo la naturaleza! Amo los árboles, las flores, la brisa y las rocas. Antes de que pudiera acabar, Apolo apareció de entre los arbustos, lleno de hojas y ramas de tanto luchar contra ellos para escaparse. El dios corrió hacia ella, dispuesto a abrazarla y pedirle -de nuevo- matrimonio, pero antes de que pudiese tocarla, el cuerpo de Dafne empezó a volverse duro, áspero y frío. Cuando Apolo la miró, ella se había convertido en un árbol. En concreto en un laurel. Dafne por fin se había convertido en la naturaleza que tanto amaba, y Apolo, aunque no hubiese podido casarse con ella, se hizo una corona de hojas de laurel para estar siempre con Dafne. Y nunca jamás se quitó esa corona.